Infancia es destino, suele decirse. En mi caso, he entrevisto la verdad de esa sentencia con respecto al uso que hago de algunas palabras. Para mí, ‘aljibe’ es preferible a ‘cisterna’, o ‘pestillo’ es más preciso que ‘pasador’… Me maravillan palabras como ‘oribí’ o ‘sándalo’, que provienen de la antigua nación arábiga.
El español, la lengua que hablamos todos los días, es un compuesto de palabras provenientes de muy distintos orígenes; desde luego, del latín que se habló en la península ibérica, compuesto a su vez por palabras que aún usamos, identificadas como helenismos (‘ampolla’, ‘baño’, ‘cuchara’), germanismos (‘guerra’, ‘brasa’, ‘robar’) y vocablos de lenguas prerromanas, como el celta (‘álamo’, ‘greña’) y el vasco (‘chamorro’, por ejemplo), pero también de idiomas que a lo largo del tiempo han ido enriqueciendo nuestro vocabulario y, por ende, nuestra concepción del mundo.
Una de esas fuentes es el idioma árabe, idioma oficial de los siglos VIII al XV de una buena parte de la península, llamada Al-Andalus (o al-Ándalus). Es fascinante la historia de cómo se instaló el idioma y la cultura árabes en lo que hoy es España y Portugal. En el caso del idioma, siempre es la necesidad, luego la comodidad y por último la costumbre lo que nos obliga a adoptar nuevas palabras, a ello se agregan factores como la admiración por lo nuevo y las constantes migraciones humanas: así adoptamos nuevas palabras y dotamos de nuevos significados a las que ya tenemos; así enriquecemos el idioma materno.
En el caso del árabe, una gran proporción de los vocablos adoptados por el castellano son sustantivos; esas palabras empezaban con un artículo, que los hablantes nativos de la península entendían como parte de la palabra (‘alfombra’, ‘aduana’, ‘alberca’, ‘arroz’…) y así las pronunciaban. Asimismo, muchas de ellas respondían a los campos más comunes de la vida diaria. Dada la tecnología de la guerra que los árabes mostraron durante los años de la Reconquista, las palabras que los hablantes adoptaron fueron, por ejemplo, ‘almirante’, jinete’, ‘rehén’; si se trataba de la vida civil, lo mismo: ‘alcalde’, ‘aldea’, ‘almacén’, ‘barrio’; si se hablada de comercio y la industria, las palabras nuevas abundaban: ‘aduana’, ‘ahorrar’, ‘alquiler’, ‘tarifa’, ‘maravedí’, ‘quilate’…
Era frecuente decir los nombres de nuevos oficios o nuevas palabras para antiguos oficios: ‘albañil’, ‘alarife’ (el arquitecto), ‘alfarero’, o la adaptación de palabras para estilos y técnicas de construcción, como ‘adobe’, ‘alcantarilla’, ‘alcoba’, ‘andamio’, ‘azotea’, ‘azulejo’, ‘zaguán’, y por extensión los nombres de las cosas de la casa, como ‘alacena’, ‘almohada’, ‘jarra’, ‘taza’…
Los árabes revolucionaron técnicas de la agricultura y trajeron al idioma alimentos nuevos: ‘aceite’, ‘aceituna’, ‘acelga’, ‘alcachofa’, ‘albóndiga’, ‘alfalfa’, ‘alfeñique’, ‘algodón’, ‘almíbar’, ‘azúcar’, ‘fideos’, ‘limón’, ‘mazapán’, ‘naranja’, ‘zanahoria’… En materia de jardinería, los castellanos se familiarizaron con la ‘albahaca’, el ‘arrayán’, la ‘azucena’… pero también con palabras del mundo animal, como ‘alacrán’, ‘bellota’, ‘garra’, ‘jabalí’…
En la ciencia, campo en el que los árabes eran adelantados, las nuevas palabras abundan: ‘alambique’, ‘alcohol’, ‘álgebra’, ‘almanaque’, ‘azogue’, ‘cenit’, ‘cifra’ y el conocido ‘cero’, que nos llegó a través del italiano. Ya durante el Siglo de Oro el esplendor de la cultura árabe en España fue decayendo, y también se perdieron muchas palabras provenientes del árabe. Pero aún quedan muchas. Cuatro mil, calculó el gran filólogo mexicano Antonio Alatorre (1922–2010). ¿Tú te sabes alguna que no se haya mencionado aquí?