Resulta un tanto inverosímil que el demócrata Joe Biden –un personaje gris y sin dotes retóricos–, sea el candidato presidencial más votado en la historia de Estados Unidos Aunque, desde luego, son muchos los factores que propiciaron su inusitado éxito electoral, destaca uno poco advertido: ser el exponente y candidato predilecto del establishment norteamericano.
Pero ¿qué es el establishment? El término, en el sentido político moderno, data de 1955, y se atribuye su paternidad al periodista británico Henry Fairlie, para referirse al sistema político inglés; no obstante, fue definido con mayor precisión por otro periodista estadounidense, Richard Rovere, a través de su ensayo ‘The American establishment’ (1961). El diccionario panhispánico del español jurídico, de la RAE, lo define como el “conjunto de personas, instituciones y entidades influyentes en la sociedad o en un campo determinado, que procuran mantener y controlar el orden establecido”. Se trata pues de una entidad que engloba tanto al poder formal como al informal del país más poderoso del mundo. De forma que, además de las grandes instituciones de este país, el establishment está integrado por los intelectuales norteamericanos de las prestigiosas universidades de la Ivy League, el sector financiero en Wall Street, los grandes medios de comunicación norteamericanos, la élite hollywoodense, las ‘Superstars’ del entretenimiento, la industria armamentista, así como sus magnates y CEO’s.
Mientras que, en la elección presidencial, el bando demócrata fue pro-establishment [en todo caso, Sanders, era lo contrario a ello]; el republicano era abiertamente anti-establishment u outsider. Joe Biden, en 1973 (con 31 años), se convertiría en el senador más joven en la historia de Estados Unidos, por el estado de Delaware, del que fue reelecto en cinco ocasiones, para ejercer dicho cargo durante 36 años. Como vicepresidente, sumó ocho años más en su carrera como político profesional.
No obstante, Biden es, además, el fiel exponente del establishment global. Su ideología política es afín a la forjada por los Estados Unidos desde la Segunda Gran Guerra, y que pasó a ser prácticamente hegemónica después de la Caída del Muro de Berlín: la democracia, el capitalismo, los derechos humanos, el libre mercado, la ONU, la integración regional económica, la globalización y, por supuesto, la libertad. Todo ello, representaba un riesgo en manos de Trump: xenófobo, racista, autárquico y aislacionista.
La sistemática reacción en cadena de los mandatarios correspondientes a las principales potencias occidentales para felicitarlo y reconocer su triunfo, devienen de los países que actualmente defienden el establishment global. Por una diferencia de apenas unos cuantos minutos, los primeros en felicitarlo en el Viejo Continente fueron Macron, Boris Johnson y Merkel; y en América, Trudeau. En cambio, lo que atinadamente ha denominado Silva–Herzog como ‘La Internacional Populista’ ha sido renuente a ello (a excepción del premier ministro británico): Putin, Xi Jinping, Bolsonaro, Erdogan (Turquía) y, desde luego, López Obrador. El establishment global frente al anti-establishment global –encabezado por ‘La Internacional Populista–.
