El júbilo de muchos ciudadanos del mundo estalló el sábado pasado, luego del anuncio (no oficial) del triunfo de Joe Biden. Las urnas rindieron su veredicto y, salvo una auténtica sorpresa, Estados Unidos estrenará presidente en enero de 2021. La elección dejó muchas lecciones. Anoto brevemente algunas.
Primero, se mostró la fortaleza del diseño institucional norteamericano. En particular, su complejo sistema de pesos y contrapesos funcionó a pesar del embate de Trump. Junto con lo anterior, la construcción histórica de instituciones robustas que, aunque no sin heridas, fueron capaces de sobrevivir el proceso de desmantelamiento y polarización a que fueron sometidas.
Segundo, también quedó claro que un sistema como el estadunidense —decimonónico descentralizado y basado en la confianza— puede funcionar. En efecto, la “elección nacional“ es en realidad la suma de 50 procesos estatales que determinan el voto de cada Estado en el colegio electoral. Quizá el dilema más importante es si el sistema debe transitar de uno basado en el voto de cada Estado, a uno donde cada voto ciudadano cuente igual y sea la mayoría popular la que decida. Con independencia de lo anterior, el proceso electoral requiere de una reingeniería mayor para evitar espacios de incertidumbre que hemos visto en los últimos días.
Tercero, la elección nos recordó que si bien los jueces son los guardianes de la democracia, también pueden ser sus sepultureros. La elección no está resuelta y debemos esperar hasta el 14 de diciembre, fecha en que se reúne el colegio electoral. Desde ahora los abogados de Trump han presentado impugnaciones en diferentes Estados para tratar de socavar la elección. Las situaciones de riesgo constitucional solo podrán evitarse si las cortes estatales y federales —incluida la Suprema Corte— resuelven los litigios sin caer en una lógica partidista.
Cuarto, a pesar del triunfo de Biden, Estados Unidos es un país dividido y con diferentes clivajes que requieren de una profunda cirugía para sanar: mujeres vs hombres, voto urbano vs voto rural, voto blanco vsvoto multirracial. Las contradicciones existen y solo una vigorosa democracia puede repararlas.
Quinto, el papel de los medios, en particular la decisión de las grandes cadenas de interrumpir la transmisión de las “mentiras de Trump”, dará lugar a un largo e intenso debate sobre la responsabilidad de los medios y de las redes sociales en tiempos de la posverdad electoral.
Finalmente, queda la lección de que es posible vencer al populismo que polariza y divide. Y es posible vencerlo en las urnas, a pesar de su poder corrosivo en las sociedades. La pregunta abierta es si la solución democrática será capaz de resolver las fracturas creadas por la desesperanza y la inequidad. Esa es la apuesta si queremos un mundo mejor.
* Director e investigador del Cide