El baile de los 41 llega a los cines este jueves 19 de noviembre, dice un anuncio, “para mostrar uno de los acontecimientos que ha marcado a la comunidad LGBT de nuestro país”. Es algo más que uno de los acontecimientos: es el más antiguo. “¿Qué se conoce de la vida homosexual en México antes del escándalo social y policiaco del baile de los 41?”, pregunta Carlos Monsiváis (“Los 41 y la gran redada”, Letras Libres, abril de 2002). Prácticamente nada. En ese sentido, el baile, junto con el escándalo que provocó, es un parteaguas en la historia de la homosexualidad en México.
Todo sucedió una madrugada del 17 de noviembre de 1901, en la calle de la Paz de la colonia Tabacalera. “El baile de los cuarenta y uno”, dice un periódico de la época. “Hemos estado informando a los lectores de El Popular de todo lo relativo al baile de la Paz, donde fueron sorprendidos por la policía cuarenta y un concurrentes, algunos de ellos vestidos de mujer, con choclos, medias bordadas de seda, caderas y pechos postizos, pelucas con trenzas, pintados los rostros de blanco (…) El señor gobernador del Distrito, con un celo que le aplaudimos, resolvió consignar a algunos de ellos al servicio de las armas, determinando la Secretaría de Guerra que fueran enviados a Yucatán”. El Código Penal en vigor no consideraba que la sodomía fuera un delito, ni castigaba los actos impúdicos si ocurrían en lugares privados, pero como la fiesta tuvo gran publicidad, la conducta de los 41 fue consideraba inmoral e impúdica. Cinco días después de la redada, el 22 de noviembre, varios de los 41 detenidos fueron subidos a un tren para ser enviados a Veracruz, con destino a Yucatán. José Guadalupe Posada publicó tres grabados sobre el tema en la Gaceta Callejera, uno de los cuales ilustra la deportación a Yucatán, y cuenta esta historia: “Hace aún muy pocos días / que en la calle de la Paz / los gendarmes atisbaron / un gran baile singular. / Cuarenta y un lagartijos / disfrazados la mitad / de simpáticas muchachas / bailaban como el que más”.
Son conocidos los nombres de los deportados: Norberto Palacios, Ángel Herrera, Antonio Córdoba, Alberto Álvarez, Jesús Hernández, Narciso Díaz, Juan López, Rosalío Guzmán, Juan Sandoval. También son conocidos los nombres de muchos de los que consiguieron el amparo: Pascual Barrón, Felipe Martínez, Joaquín Moreno, Alejandro Pérez. La historiadora Mílada Bazant lo documenta en “Crónica de un baile clandestino”, publicado en 2007. Pero no fueron ellos los que llamaron la atención. “Hay quienes aseguran que entre los individuos aprehendidos había capitalistas y otras personas de posición encumbrada pertenecientes a familias muy distinguidas”, dijo un periódico de 1901. Sus nombres no están documentados, pero fueron pasados de boca en boca en el mundo homosexual de México. Monsiváis, en una plática que tuve con él para documentar un libro, me dio tres de esos nombres: Alejandro Redo (hermano del gobernador de Sinaloa), Eduardo Rugama (hijo de hacendados de Veracruz) y Antonio Adalid (miembro de la aristocracia pulquera). Yo ya conocía uno más: Ignacio de la Torre y Mier, el yerno de Porfirio Díaz. Es el protagonista de El baile de los 41, la película de David Pablos.
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Investigador de la UNAM (Cialc)