Por: Eduardo Gorozpe
Ilustración: Patricio Betteo, cortesía de Nexos
Recordemos que la arquitectura frecuentemente ha estado marcada por las epidemias, tanto como una forma de salud pública como respuesta a los acontecimientos mundiales. Históricamente, el papel de ingenieros, arquitectos y urbanistas ha sido clave para proyectar ciudades seguras mediante criterios higiénicos, epidemiológicos y sanitarios. Y esto no forma parte solo del pasado: son criterios tan vigentes y cruciales como nuestro papel a la hora de imaginar las ciudades del futuro. Para ello es fundamental retomar el verdadero sentido de nuestra profesión: la arquitectura como forma de interpretar el mundo, como medio esencial para un fin común. De nuestra manera de interpretar lo que está ocurriendo dependerán las ciudades del futuro que proyectemos y, en consecuencia, la vida de sus ciudadanos. En el siglo XX, figuras como Alvar Aalto y Le Corbusier sentaron las bases para combatir a través del diseño arquitectónico la enfermedad de su tiempo: la tuberculosis. Y aunque las amenazas del siglo pasado no son las mismas que las contemporáneas, llevamos décadas anclándonos a un pensamiento modernista que en realidad no ha ayudado a afrontar los retos actuales de nuestras ciudades.