Repantigado en el mullido sillón del amplísimo estudio Gil leía Le Grand Continent, un nuevo portal, una revista nueva, fundada hace poco más de un año en París, en pleno desarrollo y en construcción. Se trata de la primera tentativa creíble de producir una revista escrita en las principales lenguas del debate europeo. A partir de 2021, una edición integral de Le Grand Continent aparecerá en alemán, español, italiano y polaco. La revista la edita un Grupo de Estudios Geopolíticos, una asociación independiente domiciliado en la Escuela Normal Superior y reconocida como de interés general.”
Como adelanto de sus publicaciones del año entrante, para despertar el interés de futuros lectores, Le Grand Continent entrevistó al presidente de Francia, Emmanuel Macron sobre su apreciación de la política mundial. Gil arroja en esta página del fondo algunos subrayados de esta amplísima entrevista.
***
El año 2020 ha quedado marcado por varias crisis. La epidemia de la Covid-19, por supuesto, y la crisis del terrorismo, que ha regresado con gran fuerza en los últimos meses a Europa, pero también a África. Pienso, en particular, en ese terrorismo que llamamos islamista, pero que se lleva a cabo en nombre de una ideología que distorsiona una religión.
Estas crisis se suman a todos los desafíos que conocíamos y que eran, yo diría, estructurales: el cambio climático, la biodiversidad, la lucha contra las desigualdades —y, por lo tanto, lo insostenible de las desigualdades entre nuestras sociedades y dentro de ellas— y la gran transformación digital. Estamos en un momento de nuestra humanidad en el que, después de todo, rara vez hemos tenido tal acumulación de crisis a corto plazo, como la epidemia y el terrorismo, además de transiciones profundas y estructurales que cambian la vida internacional e incluso tienen repercusiones antropológicas: pienso en el cambio climático, así como en la transición tecnológica que transforma nuestros imaginarios, como hemos visto recientemente, y que está cambiando por completo la relación entre el interior, el exterior y nuestras representaciones del mundo.
***
Vemos que hay una crisis del marco multilateral de 1945: una crisis de su eficacia, pero, más grave en mi opinión, una crisis de la universalidad de los valores que sostienen sus estructuras. Y esto es para mí uno de los aspectos más graves de lo que acabamos de vivir en el periodo reciente. Elementos como la dignidad humana, que eran intangibles y a los que se adherían todos los pueblos de las Naciones Unidas, todos los países representados, están ahora siendo cuestionados, relativizados. Hay un relativismo contemporáneo que se avecina. Vemos muy claramente un juego chino y un juego ruso en este tema que promueven un relativismo de valores y de principios y un juego que también trata de reculturizar, de volver a situar estos valores en un diálogo de civilizaciones, o en un conflicto de civilizaciones, oponiéndolos desde el punto de vista de lo religioso. Todo eso es un instrumento que fragmenta la universalidad de estos valores. Si aceptamos cuestionar estos valores, que son los valores de los derechos del hombre y del ciudadano y, por lo tanto, los de un universalismo basado en la dignidad de ser humano y del individuo libre y razonable, eso es muy grave. Porque las escalas de valores ya no son las mismas, porque nuestra globalización se ha construido sobre este elemento: no hay nada más importante que la vida humana. Es el fruto de opciones ideológicas totalmente asumidas por potencias que a través de ello ven una manera de destacar, y también de una forma de cansancio, de caída. Uno se acostumbra y piensa que lo que se ha convertido en un conjunto de palabras que se repiten todo el tiempo ya no está en riesgo. Esa es la primera ruptura, y es muy preocupante.
***
Hay una segunda ruptura en nuestro concierto de naciones, que es, creo, la crisis de las sociedades occidentales después de 1968 y 1989. Uno ve un neoconservadurismo creciente, en toda Europa, de hecho, que supone un cuestionamiento —son los propios neoconservadores los que lo toman como referencia— de 1968, es decir de un estado de madurez de nuestra democracia —el reconocimiento de las minorías, el movimiento de liberación de los pueblos y las sociedades— y asistimos a la vuelta del hecho mayoritario y, en cierto modo, de una especie de verdad de los pueblos. Esto está volviendo a nuestras sociedades, en todas partes. Es una verdadera ruptura que no debemos pasar por alto, porque es un instrumento de refragmentación.
***
Todo es muy raro, caracho, como diría Quevedo: “La hipocresía exterior, siendo pecado en lo moral, es grande virtud política”.
Gil s’en va
[email protected]