Reglamentado por los ingleses, el futbol nació amparado por las buenas costumbres de una sociedad que entendía cualquier juego como una expresión de valores que representaban honorabilidad, caballerosidad y deportividad.
Hacia finales del siglo XIX, existía el mismo reconocimiento para el perdedor de un partido que para el ganador; porque se entendía que ningún deporte podía tener futuro sin el más elemental de los principios: el respeto. Así que en origen, de una manera respetable, eran los jugadores de ambos equipos quienes decidían si un gol había entrado, una falta debía señalarse o una jugada tenía que repetirse. Si ellos no encontraban la solución, los capitanes, en representación de sus equipos, tomaban la decisión.
El arbitraje nació cuando tampoco, entre capitanes, podían ponerse de acuerdo.
Entonces recurrían a la opinión de los delegados de campo, que como última instancia, pedían la intervención de un “referee”. En ese momento el futbol dejó de fundamentarse en el respeto, para apoyarse en la justicia. A partir de ahí empezó a hablarse de lo justo o lo injusto dentro de un campo de juego y el deporte cambió para siempre.
La figura del árbitro, creada para aplicar el reglamento con autoridad, causó una enorme confusión en la integridad del jugador que fue deslindándose poco a poco de aquel ancestral respeto, convirtiendo al árbitro en la figura más respetable del juego. El futbol, en todos sus niveles, tiene una enorme deuda con los árbitros. Futbolistas, entrenadores, directivos, federaciones, medios y aficionados, a través de los años, nos hemos encargado de abandonar en su responsabilidad al hombre de en medio.
Man in the Middle, es una extraordinaria serie documental de la UEFA que, a través de 4 capítulos, nos recuerda que la figura del árbitro no es solo un organismo de justicia, sino un hombre de respeto. El arbitraje merece que contemos mejor su historia.