La Fiscalía General de la República logró lo que buscaba y consiguió que Rosario Robles se convirtiera en testigo colaboradora. Parece que esa es la forma moderna de trabajar en las fiscalías. Antes que una investigación que revele indicios de la responsabilidad en la comisión de un delito, los esfuerzos de la autoridad se concentran ahora en obtener delaciones de los acusados, a quienes se les paga con beneficios en los procesos que enfrentan.
La gran pregunta es si estos testigos colaboradores, o protegidos o comprados, realmente nos llevan a la justicia. Siempre ha habido dudas, solo que hoy son mayores.
El caso de Robles es solo uno entre muchos. La fiscalía se ha ensañado con ella, con apoyo de los jueces que la han mantenido en la cárcel a pesar de que el delito del que primero se le acusó, omisión de responsabilidad, no conlleva prisión preventiva oficiosa. El propio fiscal, Alejandro Gertz Manero, ha señalado que la diferencia en el trato contra ella, y el que se ha concedido, por ejemplo, a Emilio Lozoya, es que ella no ha estado dispuesta a colaborar.
Hasta ahora…
Los testimonios que se obtienen a cambio de beneficios no son necesariamente de buena calidad. Un testigo colaborador dirá siempre lo que quiere escuchar el fiscal y no lo que se ajuste a la verdad. Lo vemos en las acusaciones contra el general Salvador Cienfuegos, acusado por testigos protegidos en Estados Unidos, pero ahora liberado en un acuerdo político con el gobierno mexicano. Lo vemos en muchas más acusaciones que han demostrado ser falsas.
Nadie sostiene que hay que eliminar la figura de los testigos colaboradores. Estos tienen una gran utilidad en las acciones contra ciertos criminales, particularmente los de la delincuencia organizada. Pero no olvidemos que un testigo al que se le compra un testimonio declarará a final de cuentas lo que le pida el fiscal. Y esto no necesariamente conduce a lograr una justicia verdadera.
Twitter: @SergioSarmiento
