Cuando Chamberlain, primer ministro del Imperio Británico, se vio obligado a dimitir a causa de su fallida “Política de Apaciguamiento”, ante la Alemania de Hitler, mandó a llamar a Halifax, su alfil y canciller, para entregarle el poder, y a Churchill a manera de testigo de honor.
Cuando le preguntó al primero si estaba listo para asumir su lugar, Halifax titubeó y se anduvo por las ramas explicando la fatalidad de los tiempos, y las arañas, mientras que al preguntarle a Churchil, no si quería el puesto, sino respecto de la situación, este se limitó a decir: “Estoy listo” y fue así como se erigió en primer ministro del más grande imperio en la historia de la humanidad, ante la mirada atónita de aquel a quien se consideraba el sucesor natural de Chamberlain y al que, por cierto, Churchill después mandó de embajador a Estados Unidos para que no estorbara su estrategia de hacerle frente a Alemania y derrotarla sin miramientos. Ese es un estratega.
El mismo que cuando sus aliados americanos, actuando con el estómago, se disponían a lanzar la más grande ofensiva contra Japón después de que este país bombardeara por sorpresa Pearl Harbor, impuso una nueva estrategia: “Alemania Primero”, dirigida a acabar con la supremacía nazi que desgastarse en una guerra en el oriente para luego enfrentar diezmados a Alemania y sufrir una derrota que hoy seguiríamos lamentando, en caso de que aún existiéramos.
Lo volvió a hacer Churchill cuando Stalin lo urgía a abrir un segundo frente en el occidente de Europa ante el imparable embate Alemán que literalmente estrangulaba a Rusia y que hubiera significado un suicidio para Inglaterra, debilitada por los bombardeos nazis y aún sin el apoyo de Estados Unidos.
Tres ejemplos de cómo un verdadero estratega es capaz de ver más allá, anticiparse o esperar cuando es necesario para así derrotar a su enemigo.
Salvo las bombas y los uniformes, en una campaña electoral sucede lo mismo. Los partidos y los candidatos requieren de verdaderos estrategas con experiencia, conocimientos, templanza y la sabiduría necesaria para tomar decisiones correctas y vencer a sus oponentes.
Al igual que en la guerra, aquí cada batalla es importante y se debe ganar la mayoría de ellas, pues como dijo el propio Churchill, “La guerra no se gana perdiendo batallas”.
Aquí también las medallas cuentan y se portan con orgullo.
Esto no significa que no existan derrotas y errores, sin ellos no habría aprendizaje y madurez.
Las derrotas y los errores marcan la cara del estratega como los golpes la del pugilista y son también un tipo de medallas que forjan su carácter y lo mantienen con los pies en la tierra; desarrollan su intuición y alertan su instinto; estimulan su creatividad y le inspiran a luchar con fuerza para no repetirlas; le endurecen la piel y lo vuelven resiliente, tenaz y perseverante.
Guardadas las proporciones respecto a Churchill, el estratega político moderno debe anticipar las jugadas y tener claro su objetivo que es la victoria; resistir los golpes y crecerse al castigo; ver más allá que sus propios camaradas y que el enemigo a vencer, así como entender la trascendencia de su tarea para llevarla adelante con inteligencia pero también con pasión.