Sin proponérselo, la Premier League prepara una reforma en su reglamento de fichajes que a partir de enero, altera el sistema de contratación de futbolistas con pasaporte europeo. Es decir: españoles, italianos, franceses o alemanes, por citar algunos, deberán cumplir los mismos requisitos para jugar en un equipo inglés que los mexicanos, brasileños, argentinos o japoneses, por nombrar a otros.
La medida recogida en la nueva ley de inmigración que exige el Brexit, no evita su contratación, pero elimina el libre tránsito entre Europa y el Reino Unido, obligando a los clubes ingleses a reducir el número de jugadores extranjeros registrados. En los últimos años, la Premier ha podido firmar a casi cualquier jugador que ofreciera el mercado.
Su poder adquisitivo era mayor que su poder deportivo, un aspecto en el que sigue teniendo un déficit, si tomamos la Champions como tasa de productividad. Pero sobrada de dinero, la Liga inglesa se convirtió en el índice de referencia que el futbol mundial eligió para fijar los precios, la oferta y la demanda. Aunque la noticia nos parezca lejana, el efecto Brexit afecta de una y otra manera a todas las Ligas del mundo: al bajar el consumo de jugadores extranjeros en la Liga más poderosa, se fomentará la producción nacional, se reducirá la demanda internacional, se modificarán los precios y los equipos vendedores deberán buscar nuevos mercados con distintas condiciones. En pocas palabras: venderle un jugador a los clubes ingleses será más difícil que antes.
Conectado económicamente como cualquier sector productivo en el mundo, el futbol no está exento de que un movimiento como el Brexit afecte su negocio. Comprar menos y mejor, controlar fronteras, fortalecer la identidad, estimular el consumo interno, promover el orgullo territorial y recuperar la denominación de origen del futbol inglés, explica el Brexit con el balón en los pies.