La vacuna se desarrolló en tiempo récord, tomó solo meses lo que usualmente lleva años o décadas. Extraordinario logro científico, sin embargo, ahora toca a la política resolver los desafíos de su efectiva aplicación. Será la parte más difícil.
Es, ni más ni menos, la campaña de vacunación más grande de la historia; el mejor escenario prevé completarla hacia 2024. A nivel global, los costos y capacidades institucionales asociadas a la distribución, almacenamiento y aplicación de vacunas suponen un reto sin precedente. Incluso, se anticipa que 25 por ciento de las vacunas podrían llegar con cierta degradación, debido a problemas con la cadena de enfriamiento.
También la geopolítica cuenta, y mucho. Las cifras indican que solo 10 por ciento de las vacunas disponibles en 2021 llegarán a los países más pobres. Los primeros beneficiados serán, por supuesto, los que las desarrollaron: Gran Bretaña, Estados Unidos y Rusia, que comenzarán su aplicación masiva en cuestión de días. En México parece haber buenas noticias, el canciller Marcelo Ebrard afirmó que la vacunación iniciaría este mes y que habrá “más de 100 millones de mexicanas y mexicanos” cubiertos el próximo año. Ojalá, pero se ve difícil dadas las condiciones de deterioro institucional.
Se requiere una acción internacional coordinada para maximizar el bien común. La Northeastern University señala que, si las vacunas se distribuyeran conforme a la proporción que tiene cada país de la población mundial, se salvarían el doble de vidas, en contraste a si son acaparadas por el club de los ricos. Es un clásico “problema de comunes”, que reclama una nueva gobernanza global.
El desafío me evoca a Michael Sandel en su charla con Yuval Hararí en la FIL cuando, parafraseando a James Watson, nos recuerda que “es más fácil incrementar el IQ de los humanos a través de la bioingeniería, que construir sociedades más justas e incluyentes”. Así con la vacuna: lo “fácil” ya se logró, ahora vienen las complejidades de la política y la interacción humana.
En México, no solo el Ejército debe participar en esta campaña sino, por ejemplo, las universidades; sus capacidades institucionales pueden salvar muchas vidas.