Cada persona humana es invaluable y hoy esto a muchos les parece suficientemente evidente. Sin embargo, no es que siempre se haya tenido conciencia clara de ello e, incluso ahora, no es algo claro para todos, como lo demuestran tantos hechos terribles en el mundo. Fue gracias al influjo de ciertos principios cristianos, con raíces en el Antiguo Testamento lógicamente, que no sólo la idea, sino la dignidad de las personas ha sido reconocida.
La persona encierra en sí un misterio y, aunque podemos hablar de ella como individuo, al decir persona hacemos referencia a algo especial. Sí, claro, una persona es un individuo de naturaleza racional, como decía la definición de Boecio, pero la perspectiva cristiana la relacionaba con el tema de ser imagen y semejanza de Dios. Esto a su vez ha servido de fundamento y ha conducido a sostener que la persona humana no puede y no debe ser instrumentalizada por las estructuras sociales, económicas y políticas, porque todo hombre posee la libertad de orientarse hacia su fin último.
Alguien podría pensar que se trata de un asunto que pueden creer los católicos, los cristianos en general o tal vez los judíos, como si se tratara de una propuesta exclusiva de quienes tienen fe. Ciertamente la fe puede ayudar mucho para captar la dignidad de la persona, pero este punto es en realidad una puerta abierta a cualquier hombre de buena voluntad que se busque desentrañar los últimos porqués de la vida, cuya importancia y repercusiones afectan incluso culturas y Estados.
A su vez, debido a que la persona solamente alcanza su realización con otras personas o, mejor, en la comunión de personas, se comprende la necesidad e importancia de la vida social, económica y política, que están en función de las personas, las cuales no son engranes de una maquinaria; pero hay que reconocer que la sociedad, la economía o la política no son realidades a las que se les pueda atribuir un valor absoluto, como si fueran las divinidades a las que hubiera que rendirles culto.
De ahí que la Iglesia sostenga que “toda realización cultural, social, económica y política, en la que se actúa históricamente la sociabilidad de la persona y su actividad transformadora del universo, debe considerarse siempre en su aspecto de realidad relativa y provisional, porque la apariencia de este mundo pasa”. Por lo mismo añade también que “cualquier visión totalitaria de la sociedad y del Estado y cualquier ideología puramente intramundana del progreso son contrarias a la verdad integral de la persona humana y al designio de Dios sobre la historia”.