Nuestra relación con papá Gobierno es bastante contradictoria: esperamos auxilios y exigimos ayudas pero, al mismo tiempo, no parecemos demasiado dispuestos a acatar reglas ni a seguir siquiera unas mínimas instrucciones.
O sea, que la obediencia no es lo nuestro. Más bien lo contrario: somos indisciplinados, vagamente rebeldes y, cuando toca, abiertamente retadores. Es el tema de siempre de la relación del individuo con la autoridad y de la manera en que los ciudadanos han interiorizado las normas.
La resistencia a quienes llevan el mando comienza desde muy temprano y ya en la escuela hay críos que contravienen las órdenes del profesor. Basta, sin embargo, con sobrellevar la experiencia del castigo para entender que la vida social es un asunto de seguir pautas y de respetar límites.
En algún momento del proceso formativo de la persona, esos principios no necesitan ser impuestos por un tercero –es decir, el temor a la punición deja de ser la razón por la cual un sujeto se abstiene de trasgredir los mandamientos y las ordenanzas— porque los individuos tienen ya una noción propia del bien y del mal: en un mundo ideal no harían falta policías ni jueces (ni mucho menos prisiones) al estar cada quién íntimamente convencido de que los valores morales son importantes. Estamos hablando, justamente, de que la interiorización de las reglas, con la consiguiente determinación a seguirlas voluntariamente, no necesita de intervenciones externas ni de amenazas.
Vienen a cuento estas disquisiciones, amables lectores, porque mucha gente se resiste a observar las instrucciones de las autoridades y sigue acudiendo a fiestas o celebrando animadas reuniones con amigos. Otras personas declaran pura y simplemente que no se vacunarán. Hay también individuos de nuestra especie que niegan la existencia misma del virus y que propalan la especie de que todo esto es una oscura conspiración. Ciertos grupos se organizan para manifestar públicamente su rechazo al uso de mascarillas y denuncian que el Estado está pisoteando sus libertades individuales.
Ah, pero esos mismos sublevados, llegado el momento de que se les aparezca el virus, serán los primerísimos en demandar la atención de los servicios públicos de salud. Los más insumisos son siempre los más pedigüeños.