No es una casualidad que el partido fundado por López Obrador se inspire en elementos religiosos. Le puso “Morena” porque no le podía poner “partido guadalupano”, pero se las ingenió para, con el nombre, remitir a la Virgen en el imaginario popular. Por si no fuera suficiente, López Obrador se alió con otro partido religioso, en este caso de origen evangélico, llamado “PES” en clara alusión al símbolo del pez que identifica a los cristianos. Así que podría decirse, haciendo a un lado los matices, que por lo menos en cierto sentido, la coalición de partidos que actualmente gobierna México es esencialmente religiosa. Por lo demás, no es extraño, porque una de las constantes de los gobiernos populistas latinoamericanos es su conexión con elementos religiosos.
En nuestro país esa característica no se había dado, debido a la historia específica de la Revolución Mexicana, que fue esencialmente anticlerical y que mantuvo gobiernos laicos, aunque a veces de manera menguada. Pero esos rasgos latinoamericanos que produjeron nacionalismos católicos, luego multi-confesionales con el ascenso numérico de los evangélicos, no habían llegado a nuestro país, hasta hace dos décadas. Luego vino Fox, que fue la expresión de un populismo católico y Latinoamérica nos alcanzó. Calderón y Peña Nieto, aunque siguieron coqueteando con la jerarquía católica, en general mantuvieron las formas del Estado laico.
La llegada de la coalición que impulsó a López Obrador, por el contrario, ha abierto las puertas a formas político-religiosas de gobernar. En términos ideológicos el gobierno de la 4T es un populismo cristiano, con referencias esencialmente católicas (incluyendo el detente y otras fórmulas mágicas) y algunos toques evangélicos, lo que le ha permitido conectarse con las variadas formas de religiosidad popular, que pueden incluir desde el esoterismo hasta el nativismo. Esa conexión es lo que explica en buena medida la popularidad del personaje entre algunos sectores y la facilidad con que sus seguidores interiorizan el discurso de purificación y salvación, cuya efectividad no se mide en resultados sino en expectativas.
Explica también la facilidad con la que esos sectores desarrollan un culto a la personalidad, muy propio de la santificación que suele hacer el pueblo de ciertos personajes, como Malverde o Pancho Villa. Y como en el caso de todos los santos, oficiales o populares, su desempeño o comportamiento personal negativo, sus fracasos, suelen olvidarse o relegarse, en la construcción de una hagiografía que ensalza sus virtudes.
No importa si el líder mató, fue infiel o pendenciero en algún momento de su vida. Lo importante es que logró convertirse en un modelo con el que la gente se identifica. La religiosidad popular puede observarse bajo muchas dicotomías. Pero un eje importante para su interpretación es su componente de rechazo a la religión institucional y su identificación con formas de resistencia al orden establecido. En esa lógica, no es por lo tanto tan extraño que el Presidente se pretenda convertir en un predicador popular, con fórmulas religiosas generales. Lo extraño es que el poder le haya hecho olvidar la historia.