México ha sido un país de sueños incumplidos (la popularidad de López Obrador se nutre precisamente de esa realidad nacional: su figura vuelve, una vez más, a encarnar la esperanza de un futuro mejor).
Fuimos en algún momento el segundo país más grande del mundo. Nos superaba solamente Rusia con la inmensidad de su territorio. Y, con perdón, la Nueva España no era nada más una lejana sucursal de la metrópoli destinada a un permanente saqueo sino una nación hecha y derecha, un escenario de imponentes edificios, palacios y catedrales. ¿No nos distingue precisamente el patrimonio arquitectónico del periodo colonial, más allá de las bellezas naturales y de la riqueza de nuestra cultura? Morelia, Zacatecas, Guanajuato, Oaxaca, Puebla, Querétaro, Taxco y la propia capital siguen exhibiendo el esplendor de aquellos tiempos. Al independizarnos de España pudimos haber edificado una nación próspera, justa y civilizada. Lo que hicimos fue enfrentarnos: instauramos un régimen de constantes traiciones y mezquindades en el que, de la mano del caudillo de turno (aclamado por el pueblo sabio, miren ustedes) terminamos por perder la mitad del territorio nacional. Milagrosamente, aparecieron en el escenario auténticos liberales para cimentar un Estado moderno con leyes ejemplares. Vino luego Porfirio Díaz y el país vivió años enteros de provechosa estabilidad y crecimiento económico, aunque también de terrorífica desigualdad social.
Con la llegada de Madero a la Presidencia de la República hubiera debido solucionarse el tema de quitarnos de encima a un dictador, ¿no? Pues no, señoras y señores. Ahí comenzó la matazón y la catastrófica destrucción de un país al que le bastaba meramente validar un proceso democrático y sanseacabó. Al terminar la glorificada Revolución, México era un país absolutamente arruinado con un millón de cadáveres en sus libros de contabilidad.
Luego fuimos potencia petrolera, aunque, miren ustedes, algo no salió bien porque los problemas de siempre siguen ahí. Hoy, somos menos pobres que nunca, a pesar de todos los pesares, pero estamos más enojados que nunca. Ah, y uno de los temas del actual régimen es censurar al Reino de España por los excesos del pasado. Muy bien. ¿De todo el resto, a quién vamos a culpar?