Al parecer, la pandemia ha venido a darle un nuevo giro a la multicitada frase de Fredric Jameson de que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Ello porque si algo ha parecido incólume frente al apocalipsis sanitario, laboral, social, de salud mental y demás efectos colaterales de la pandemia son las estructuras que sostienen la desigualdad rampante que es uno de los principales rasgos del capitalismo global. Un somero vistazo a numerosos artículos ofrece un torrente de cifras que lo demuestran contundentemente. Consideremos algunas. En Estados Unidos, más de 40 millones de personas han aplicado para obtener los magros beneficios por desempleo. Al mismo tiempo, según un estudio conjunto del Institute for Policy Studies y The Guardian, la riqueza de 650 billonarios (es decir, fortunas de más de mil millones de dólares) se ha incrementado en más de un trillón (un millón de millones) de dólares. Dentro de un grupo de empresas que el estudio denomina como “The Delinquent Dozen”, entre las que se cuentan Amazon y Wal-Mart, la riqueza de 10 de sus cabezas se ha incrementado en 127 mil millones de dólares, un aumento de 42 por ciento frente a los niveles prepandemia. La de Jeff Bezos, dueño de Amazon, creció en 70 mil millones de dólares, al tiempo que 20 mil empleados de Amazon han contraído Covid. La de tres dueños de Wal-Mart ha aumentado en casi 50 mil millones de dólares, y la compañía se niega a pagar seguro de riesgo a sus trabajadores. No he encontrado algún estudio con cifras para la realidad mexicana, pero seguramente el patrón es el mismo. No sorprende así que alguien como Salinas Pliego haya hecho recurrentes llamados a desacatar las medidas sanitarias: la pandemia ha sido para su estirpe una gran fuente de ganancias.
Igualmente, a la par que mucha de la gente que ha podido abandonar sus residencias urbanas para desplazarse a espaciosas casas de campo con jardín para ponerse a salvo de la pandemia, se encuentran ejemplos de la precarización que no permite siquiera considerar la idea de aislarse durante prácticamente un año (y lo que falte), quizá nunca mejor encapsulada que en un letrero colocado hace unos meses en el Mercado de Coyoacán, que rezaba: “Estimado cliente, le informamos que vamos a laborar hasta que nos mate el ‘coronavirus’. Atte. Locatarios del Merc. Coyoacán”. En términos estadísticos, un estudio de la revista digital The American Prospect, realizado con datos de la ciudad de Nueva York, reveló que la tasa de mortandad es 158 por ciento mayor en hogares con ingresos menores a 25 mil dólares, en comparación con los hogares con ingresos mayores a 240 mil. Tampoco hallé algún estudio similar para México, pero muy probablemente la correlación entre nivel de ingresos y tasa de mortandad sea incluso más pronunciada en países con mayores niveles de pobreza prepandémica.
Así, no es solo que sea más fácil de imaginar, sino que incluso el fin del mundo ha resultado ser otro implacable engranaje en la maquinaria de dominación corporativa global que es quizá la marca más distintiva del neoliberalismo hegemónico que nos rige.