El extraño 2020 ha terminado por acelerar muchas cosas. Quién sabe si el impulso perdurará o si retrocederá después. Uno de los movimientos más visibles ha sido la conciencia creciente del papel que pueden jugar las empresas en la solución de problemas comunes.
Es una cuestión de cambio de actitud y de perspectiva; de tomar en serio la insuficiencia del éxito empresarial tal como se ha concebido desde hace decenios. La nueva generación sostiene que no basta generar utilidades y empleos para justificarlo todo: las empresas deben crear un valor compartido, apoyando efectivamente las necesidades de la sociedad. Y no como filantropía ni espíritu navideño: se busca un cambio en el centro mismo de la actividad empresarial.
La pobreza, la desigualdad, la contaminación, el calentamiento global y el agotamiento de los recursos naturales cada vez deberán ser parte de lo que se entienda como “éxito” en la empresa. Esto supone cambio en el liderazgo y en las capacidades de organización. Que se integre efectivamente la preocupación por las comunidades y por el entorno.
México no es del todo ajeno a este impulso. Por ejemplo, la iniciativa Capitalismo social está tomando forma en algunas organizaciones regiomontanas.
Las empresas tendrán éxito a largo plazo solo si son capaces de demostrar resultados en estos “nuevos” ámbitos. Y para que esto no sea un rollo más, que desaparezca al terminar el pandémico susto, tiene que convertirse en algo viable y medible (en el mundo de la empresa lo que no es medible acaba por no existir).
Pero cada vez más se desarrollan también herramientas e indicadores para favorecer, aquí y en otras partes, una cultura de inversión que incorpore estos parámetros y que amplíe la estrecha noción de beneficio.
Hay mucho que hacer aquí, tanto por parte de la IP y sus liderazgos como por parte de los gobiernos. Los primeros necesitan seguir buscando, discutiendo y divulgando caminos transitables y herramientas que los acerquen a eso que se llama retorno social de las inversiones. Los segundos, en crear un ecosistema legal, fiscal y de seguridad que facilite o al menos no dificulte el cambio.
El extraño 2020 ha terminado por acelerar muchas cosas. Ojalá ésta no sea una de las que retroceda.