Las “Efemérides del México de Ayer” del Archivo Casasola, describen el despertar de la ciudad de México el 1 de enero de 1900. Notemos la diferencia 121 años después.
La mayoría de los capitalinos aún dormía, habiendo despedido el año anterior con alegres cenas y bailes. Cantaban los gallos en los patios, y se escuchaban las pisadas de los madrugadores y de los trasnochadores sobre las baldosas. Algún crudo se dirigía a los puestos de “hojitas” para reconfortarse, y algún criado iba a la botica en pos de una medicina salvadora para su amo, víctima de los excesos de la noche anterior. Por las calles aún parpadeaban los foquillos eléctricos y las linternas de los serenos o veladores.
El ajetreo continuaba “in crescendo” en la gran ciudad, con el sonoro grito de los papeleros, que anunciaban el diario de la mañana, revuelto con el chiflido agudo de los arrieros y el galope de una manada de reses que iban al rastro. Se escuchaba lejano el rodar de un coche de caballos que iba por su relevo, y del coche de bandera roja, tirado por dos caballos, listo para sus clientes.
Por las calles marchaba un grupo de hombres desarrapados, los presos, a los que rodeaban los gendarmes para barrer las calles, pena leve que se acostumbraba pagar por faltas menores cometidas el día anterior.
Frente a las pulquerías, entre maldiciones para las mulas y carcajadas para los amigos, los carros descargaban una porción de los 50,000 litros de pulque que entraban diariamente a la ciudad en cueros rígidos y malolientes, que recibía el jicarero, quien vendía a sus clientes “una de a dos”, pues dos reales valía el trago. La mejor pulquería se titulaba “Las Glorias de Baco”.
En la panadería “La Vascuence”, los españoles ya tenían listos los “pambazos” que pronto comprarían las sirvientas. Los panaderos sosteniendo sobre su cabeza enormes canastos, iban a entregar el pan recién horneado. Como era mal visto que las amas hiciesen la compra personalmente, las “criadas”, apretando sus canastas de mimbre, cubiertas con sus rebozos y con las mejillas enrojecidas por el frío mañanero, iban al “mandado”.
Se escuchaba también el cascabeleo de las mulillas de los tranvías, que montaban las damas que asistían a la primera misa del año al templo de San Francisco o a la Basílica de Guadalupe, a solicitar las bendiciones para el año que empezaba.
El sol, ese eterno sol del México antiguo de cielos puros y luz brillante, iniciaba su recorrido por el firmamento, luchando con la neblina matinal, la que se deshacía con sus tibias caricias.
En realidad, resulta difícil establecer comparaciones con el México de hoy… _