Dos fenómenos determinan el final de un año atípico en Puebla y el país: el ascenso en las cifras de enfermos y defunciones provocados por la pandemia y el inicio del proceso electoral, ambos envueltos en la sombra de una conjunción de crisis: sanitaria, económica, social y política; nuevamente el inequitativo reparto de daños obedece a la injusta distribución de la riqueza; la mayor cuota de sacrificio recae sobre los sectores sociales más vulnerables. El 2021 augura una pesadilla para los damnificados de siempre, asalariados, desempleados, ancianos, jóvenes y, más aún, sobre las mujeres trabajadoras, quienes han sido las primeras víctimas del despido masivo, se han hecho cargo del cuidado de los niños recluidos y los enfermos y padecen la violencia doméstica de género incrementada por el encierro, la inseguridad expresada en todos los aspectos de la existencia y la angustia.
La profundidad y duración de las crisis aún es desconocida. Con la esperanza de la vacunación, aunque su aplicación se prolongará durante más de un año, se asoma una solución a la pandemia, sin embargo, la recuperación económica será más lenta. Las condiciones para lograr la materialización de los objetivos sociales de la Cuarta Transformación toparon con una realidad imprevisible, las expectativas cambian, aun y cuando muchos de sus actores no cuentan con la visión suficiente para adivinarlo.
Se ha escrito mucho en torno a las frágiles y torcidas condiciones como fueron recibidas las instituciones del Estado por el actual gobierno federal pero, al otro lado de la moneda, está el rotundo fracaso social de la política neoliberal ejercida, cuando menos, desde principios de la década de los 80 del siglo pasado. En el caso de las primeras, si concurren la inteligencia y audacia, se pueden fijar plazos y metas para reconstruir y reorientar la acción gubernamental y, aun así, esa tarea requerirá de varios sexenios para concluir; para solventar la segunda faltaría superar otros obstáculos, como el de solucionar la precarización laboral impuesta por gobiernos auspiciados desde la derecha empresarial, la cual secuestró derechos de millones de trabajadores para someterlos a salarios exiguos, líderes venales de sindicatos antidemocráticos y contratos de protección, convirtiéndolos en sujetos carentes de seguridad social, estabilidad en el empleo, prestaciones ni derechos colectivos; a otros los arrojó a la calle, informalidad, ilegalidad y ambulantaje, para luego perseguirlos y dar gusto a esa misma derecha empresarial voraz e incapaz de generar empleos permanentes, dignos y bien remunerados.
Otra crisis, la ideológica y cultural, también mata personas: las secuelas de la mentalidad individualista, competitiva y segregacionista, inoculada durante las décadas en las cuales predominó el neoliberalismo, nos arrojan en la cara la falta de solidaridad social, de empatía y dignidad comunitaria; priman el desprecio hacia las necesidades de los demás, la indiferencia por la autoridad y el desdén hacia las instituciones; vemos los estragos del relajamiento social auspiciado por la ignorancia e indolencia en las salas de hospitales repletas y abundancia de noticias fatales. Las dimensiones del daño ocasionado por el neoliberalismo en la consciencia de las personas solo pueden equipararse con el volumen de las fortunas amasadas por los beneficiarios del saqueo y depravación del régimen político mexicano; el poder acumulado por la pequeña minoría de parásitos cebados con el patrimonio nacional es descomunal, mientras la miseria humana campea, para retroalimentar las otras crisis, escalando un círculo vicioso interminable.
En la coyuntura electoral la polarización política se agudiza y salen a flote vicios e intereses impúdicos e inconfesables; la politización de la pandemia es uno de los factores determinantes en la disputa electoral en ciernes, la mascarada ideal para ocultar las verdaderas causas del descalabro sufrido por la derecha del PRI y el PAN en el 2018, a cuya cola se ha añadido un PRD desvencijado y sin principios.
Abonan a la confusión la agitación conservadora y el activismo de las congregaciones patronales. Las alternativas para superar algunas de las crisis agudiza las demás: al control de daños a la salud pública, ejercido por el gobierno federal, se opone la avaricia de los grandes capitalistas con la intención de desbarrancar cualquier intento de reconstruir la presencia del Estado en la regulación de la economía; a ellos se adhieren los gobernadores del Pacto Federalista, tratando de contener los avances de la Cuarta Transformación y la simpatía popular obradorista. La derecha responde a la amenaza de ser borrada definitivamente del panorama político con la formación de una aberrante alianza electoral, promovida por empresarios parasitarios del presupuesto público, enriquecidos obscenamente gracias a la legalización de la superexplotación de los trabajadores, la depredación ambiental, el saqueo de los recursos de los pueblos y comunidades y la rapiña financiera.
En el Congreso y cabildos los representantes populares aún no comprenden la gravedad de la coyuntura ni la necesidad de avanzar con verdadero espíritu democrático y popular para ofrecer soluciones concretas, aprobando reformas audaces, promoviendo políticas públicas orientadas hacia la solución de los ingentes problemas acumulados durante décadas de autoritarismo y corrupción, agudizados por las crisis, dejando atrás viejas prácticas clientelares y renunciando a la conciliación con actores políticos retrógrados. La crisis del sistema electoral y el distanciamiento de los partidos políticos de la sociedad agravan la situación, al alejar la posibilidad de brindar una salida democrática, en la cual la participación social sea amplia, consciente y la organización ciudadana adquiera el poder necesario para incidir en la transformación de la realidad.
Para vergüenza de los ciudadanos, los programas electorales son lo de menos, la rebatinga por candidaturas es el pan nuestro de cada día. Ningún partido político ha presentado propuestas claras para enderezar el rumbo y resolver las crisis. Otra vez veremos campañas de odio y descalificación organizadas por la mercadotecnia electorera, “guerra sucia” y “fuego amigo”; un concurso de sonrisas anodinas, huecas, impresas en millares de carteles, lonas y volantes de todos colores, en los cuales no aparecerá ni una coma del proyecto político; los “slogans” banales, la impostación falseada de la personalidad de quien ostente una candidatura, puesta por encima de su trayectoria política, su propuesta o historia de su partido.
Será imposible desmantelar el neoliberalismo si se mantienen vigentes las leyes e instituciones sobre las cuales se sustenta y peor si la respuesta es el balbuceo y la indefinición ideológica. Igualmente, será irrealizable un cambio verdadero si predominan las mismas prácticas de los viejos actores del poder en Puebla y en el país. El amasijo de crisis demanda, con urgencia, de ética política.