Termina el año en medio del desastre de salud en que se han convertido nuestro México; más de 121 mil personas oficialmente fallecidas durante este año a causa del nuevo coronavirus constatan esa tragedia.
Los días otrora de celebración, hoy son silenciosas ocasiones para recordar a quienes han partido antes, víctimas de una guerra que no querían librar.
Pero seguimos vivos. Tenemos la oportunidad de seguir alimentando el ritmo vital del país, que tanto lo necesita, justamente para aliviar la falta de quienes se han ido.
Ello trae consigo la fiel responsabilidad de ser mejor persona ante la adversidad propia y ajena. Se trata de privilegiar la práctica de las virtudes humanas que tienen que ver con la cohesión comunitaria: la generosidad, el altruismo, la solidaridad, la participación, la cooperación, la colaboración. Me refiero a crear un frente consciente que se oponga a la indiferencia, el egoísmo, la incomunicación de las emociones, primer gran escollo en la integración de las sociedades.
No parece una tarea sencilla, acostumbrados como estamos a ser liderados en lugar de tomar la iniciativa, convencidos de que esos valores no son responsabilidad de una persona solamente. Pero se empieza en uno, se continúa en otro, hasta ampliarlo a muchos más.
Hablo de acciones muy sencillas; la primera, ponerse en el lugar del otro; ¿qué siente? ¿Por qué hace lo que hace? ¿Qué necesita y cómo puedo ayudarle? Qué difícil puede llegar a ser preguntarse todo eso y actuar, más de eso se trata: atreverse a cruzar el umbral de la individualidad para formar parte del ser social conscientemente.
No hace falta desprenderse de nada, solo darse en la acción, sobre un eje ético. Porque no hay ética sin convicción de cambio; en lo esencial, hacer algo por ayudar a otro es contribuir a la transformación de una realidad en desequilibrio constante, sobre la cual es posible incidir de manera positiva, siempre y cuando la voluntad de hacerlo nos guíe.
A esa práctica me refiero en estas líneas de fin de año. Ya hemos demostrado esa voluntad ante la visible y traumática tragedia, al ser vehículo de apoyo en contingencias de urgente atención, como los terremotos que asolaron Ciudad de México y comunidades de Oaxaca y el Estado de México en fechas recientes. Hoy no parece haber diferencia, pero las contribuciones de cada quién tienen el propósito de evitar la muerte de más personas, y esta vez como nunca hacemos más no haciendo nada. Qué paradoja, difícil de entender. Pero hay que entenderla para actuar.