California está en serios problemas empezando este año, siendo uno de los territorios del mundo que tiene más casos agudos y creciendo de covid-19. Es obvio que las repercusiones en la industria del entretenimiento siguen y seguirán pegando más, generando secuelas que extrañamente habrán cambiado nuestras dinámicas para siempre en lo que a contenidos y cultura pop se refiere.
El lunes, el Sindicato de Actores pidió que se detuvieran las producciones que estaban operando, incluso con toda la sana distancia y protección posible. Ayer, la revista Rolling Stone dio a conocer que la música no se salva tampoco, y después de lo que pronto habrá sido ya un año sin conciertos en vivo, hasta los Grammy, que sí pensaban transmitir a su manera, se posponen hasta el 14 de mayo.
Esto es particularmente crítico, porque la música de por sí está sufriendo de la crisis sanitaria. Beyoncé, la más nominada este año, va a estar bien, pero estas premiaciones, por más anticuadas e injustas que les parecen a muchos, lograban el cometido de dar a conocer nuevas propuestas a oídos no tan especializados o pegados a los servicios de streaming, que siempre han pagado y pagarán menos al artista que una venta física o que un evento en vivo.
Pero al menos estaban ahí, para que la gente fuese a la plataforma después de ver el show en vivo en la tele. No al público natural de YouTube, pero sí a los viejitos que juntábamos nuestro dinero para ver a nuestras bandas favoritas. Por eso aún importan estas presentaciones. Regresando, porque lo haremos, será otra era. Una en la que también se tendrá que reconstituir esta vapuleada industria tal cual y la conocemos.
Twitter: @susana.moscatel