A nadie debería importar que un funcionario se tome unos días de vacaciones. Entiendo que promover la idea de que hay que quedarse en casa y salir de cualquier manera es cuando menos hipócrita, pero descansar unos días no debería ser motivo para juzgar o linchar a nadie.
El problema con el subsecretario de salud Hugo López-Gatell no es su descanso de un fin de semana largo en la hermosa costa oaxaqueña, sino los errores en el manejo de la pandemia. Es falso que México sea un país modelo; tenemos algunos de los peores resultados del mundo.
La falta de rigor científico del subsecretario quedó de manifiesto desde que afirmó que el presidente López Obrador estaba dotado de una fuerza moral que lo protegía de contagios. Este acto de abyecta adulación política no evitó que las cifras mexicanas de muertes por millón de personas y de mortalidad por población contagiada se hayan elevado a las posiciones más altas del mundo. En contraste, México se encuentra en los últimos lugares en número de pruebas, y no por falta de recursos sino por una irresponsable decisión política.
Durante mucho tiempo López-Gatell se negó a avalar el uso de mascarillas, aun cuando ya la opinión científica internacional se había declarado decididamente a su favor. Paralizó la economía durante dos meses en marzo, cuando había pocos o nulos contagios y muertes, pero la mantuvo abierta cuando estos crecían fuera de control. Ya en diciembre volvió a imponer un nuevo confinamiento parcial en el valle de México, que no tuvo ningún beneficio práctico, pero sí causó más daño económico. Durante mucho tiempo informó que se había aplanado la curva, pero esta nunca dejó de aumentar.
En México, sin embargo, se juzga a los políticos más por sus desplantes personales que por sus políticas públicas. La decisión de López-Gatell de irse a la playa y exhibirse en un restaurante de Zipolite es lo que ha despedazado su imagen pública. La razón de fondo debería ser su fallida gestión contra la pandemia.
Twitter: @SergioSarmiento
