Lo dije en 2010 cuando entendí por dónde iba ese desmadre en una fiesta gay masiva de Los Ángeles que se anunciaba como after weekend de la Folsom Street Fair. Once años después, lo sostengo: la música circuit es mierda aguada. Sus orígenes provenientes del house de Chicago y remixes mecanizados son interesantes. Pero hoy en día, quienes producen y mezclan circuit, básicamente pepenan trozos hipertensos de los tracks más comerciales del progressive house para construir puentes de subidones eternos y desabridos, cuyo único fin es darle propulsión a la tacha con el torso desnudo. Una sesión de drum and bass o jungle atascado conseguiría lo mismo. Claro que los breaks a 190 pulsaciones por minuto no es lo indicado si lo que se busca es sacudir los pectorales trabajados. El circuit es nada intrépido en su monotonía electrónica. Por lo mismo, en las circuits parties, todos los batos bailan como si estuvieran en una clase de cardio dance, sexy gap o esas mamadas que se inventan los gimnasios.
Como el objetivo del circuit music es ensordecer los sentidos a fin de que el sexo sea la única prioridad, la ecualización de las percusiones medias es pésima y ese descuido me pone igual de malas que una cerveza tibia. Aquí la música no está al servicio subliminal del deseo como sí ocurre con el buen house cuyos beats inducen a la caricia y los besos enviciados de ritmo. Siempre he creído que el circuit es música para ambientar supermercados de carnes masculinas. Desconozco de dónde venga su fama elitista a no ser por la musculatura de sus parroquianos.
La tribu del circuit gay es la hija directa del clímax propiciado por el mito del mercado rosa. Sus fiestas del tipo White Parties son hipérboles intoxicadas del bioma que delimita los certámenes de belleza femenina. Belleza estandarizada, popularidad y testosterona en costosos trajes de baño. Como sucede con Miss Universo, existe la tentación de imputar a la raza circuitera de recurrir a los esteroides y el mdma para llenar el vacío del agujero negro de su existencia. Pero quienes suelen esgrimir esto no son tan distintos toda vez que en sus señalamientos buscan hacerse de un lugar en la tribu de los sustanciales deconstruidos. Sus críticas me parecen básicas como los bíceps de los circuiteros que solo saben dar dos pasos de baile. Por ejemplo, nunca he entendido cómo cabrones tan mamados no saben pelear sin hacer un escándalo ni agarrarse de las greñas o dar patadas como cangrejos. Al menos fue lo que me tocó ver en una ocasión precisamente en Vallarta. Al final, los circuitos opuestos a las Whites Parties, los cuerdos en la problemática racial o los queers también se miden por maquillajes de popularidad. En lugar de músculos inflan deconstrucción no binaria o mediante el esteroide mental de cuestionar privilegios. En ambos, el deseo queda opacado por la humana necesidad de arrogancia y pertenencia. De encajar. Qué verbo tan sobrevalorado. Porque todos nos iremos al infierno cuando el orgullo haya terminado. Porque todos somos sodomitas y si acaso nos recuerdan, será por nuestros pecados.
Las fotografías de las circuits parties en Puerto Vallarta o las historias de Instagram con el oftalmólogo vacunado en Tulum, terminaron por reventar la tensión entre los circuiteros y sus detractores. Llamó mi atención que para fiscalizar la falta de empatía de los primeros, gays partieron de la misma homofobia que aplican mis tías de Azcapotzalco. La penuria por huir de la culpa sodomita es inconsciente. Criticar el sexo sin sentido, las drogas o la falta de protección como pretexto para patear la triste hambre de popularidad de los circuiteros me parece una puerta mojigatamente fácil. Se abrió una cuenta de Instagram para exponer a los gays mamados que se lanzaron a las playas mexicanas a recibir el 2021 sin importarles los llamados a no salir de casa por parte de las autoridades. No tengo nada en contra de los excesos sin sentido. El problema es que en tiempos de pandemia, es imposible que las sobredosis consensuadas no arrastren a terceros. En mis fantasías anarquistas, imagino alguna isla remota con la suficiente electricidad para conectar una bocina y armar una orgía sin barmans, lancheros o camaristas. Solo nosotros, The KLF y nuestra extinción.
Pero he llegado a la conclusión que una de las apologías de la mediocridad es rodearte de personas que piensen igual que yo. Recuerdo la vez que en el Toms ligué con un inconfundible circuitero y mientras sacábamos las chamarras de paquetería un conocido me espetó: ¿A poco ya en las grandes ligas? Y tú qué sabes de grandes ligas si no sabes la diferencia entre un bat y un dildo, le dije. Como sea, le expliqué que no estoy mamado, pero en la borrachera solté porquerías porno al oído mezclada con letras del Experimental Jet Set de Sonic Youth y el circuitero se prendió. Punto.