Cuando en mis cursos hablo de congruencia, cuento siempre esta experiencia: En Houston existe el Museo de la Salud. Es amplio, con hermosas instalaciones interactivas para presentar el cuerpo humano y sus retos para mantenerse en forma. Su marca incluye, junto a su nombre, una reluciente manzana; todos lo sabemos: “Una manzana al día, de mantener lejos al doctor es garantía”. Llegada la hora de la comida, mi familia y yo queríamos continuar la visita, así que optamos por buscar algún pequeño entremés a la venta en sus instalaciones. No había cafetería, solamente una máquina distribuidora repleta de golosinas. Allí se acabó el encanto. Metros y metros cuadrados de exhibición demolidos por una pequeña vitrina refrigerada repleta de chocolates y galletas.
Veo al doctor Gatell en Zipolite y siento la misma decepción. El ejemplo es una orden en silencio. Cualquier funcionario que no sea capaz de mostrar con su actuar la validez de lo que propone como hipótesis de intervención en las políticas públicas, no es capaz de mandar y, por lo tanto, de formar parte del gobierno. “Quédate en casa” nos ha repetido sin cesar cada tarde desde que esta pesadilla pandémica empezó. Pero él no lo hizo. Qué más da si por alguna extraña razón está convencido de que no corre ni hace correr riesgos, le toca mover y conmover con su actuar. Meses de prédica se fueron abajo en una sola foto. ¿Cómo explicarles esto a millones de criaturas privadas de parque, a ancianos imposibilitados de hacer sus compras y al personal médico exhausto?
Súmele a ello que al igual que su difunto colega Mireles –que llamó “pirujas” a las concubinas de los derechohabientes del Issste que dirigía–, su cuestionable conducta no le costó el cargo, como sí ocurrió con Josefa González y Mónica Maccise, y entonces cabe preguntarnos si a la incongruencia del subsecretario de Salud no habría que agregarle la de quien lo nombró, que claramente muestra un sesgo de género a la hora de calificar a sus colaboradores.
Politóloga*[email protected]