Es perturbador que la pandemia ha exacerbado los males endémicos nacionales: los malos gobiernos, la pobreza y la delincuencia. Muchos lugares ya son asolados por los cuatro jinetes del apocalipsis: guerra, peste, muerte y hambre.
La criminalidad y la pandemia matan a miles y dejan a otros en la orfandad; la crisis económica y el desempleo aumentan el número de pobres.
A pesar de eso, aún no existe un programa de acciones concretas, sustentadas y creíbles que permita prever una próxima remediación; por el contrario, todo indica que esta situación se agravará.
Las amenazas más tangibles y ominosas son el aumento de la pobreza, especialmente la extrema, y la desolación del sistema de educación.
Investigadores del PUED-UNAM señalan que de febrero a mayo del 2020, por la crisis económica hay 10 millones más en pobreza extrema; que, con esto, son ya 32 millones de personas que no pueden satisfacer sus necesidades alimenticias.
Las clases por Internet son insuficientes y en muchos casos ineficaces. La mayoría no tiene Internet; numerosas madres no pueden ser institutrices de sus hijos porque trabajan o por falta de conocimientos; y muchos que tienen los medios, simplemente, carecen de la disciplina para seguir los cursos por esa vía.
Todo esto, debería ser suficiente para que el gobierno convocara al sector empresarial y a las organizaciones civiles para que de manera conjunta y corresponsable se construya un programa integral para remediar y superar esta contingencia.
Un programa emergente que reduzca o difiera el pago de impuestos; apoye financieramente la subsistencia de las pequeñas y medianas empresas; establezca reglas laborales que apoyen la permanencia y creación de empleos; cursos de educación diferenciados, sencillos y eficaces; y una verdadera política de sanidad nacional.
Sin un programa de esa naturaleza, podría estallar la crispación social.