Gil no se repantigó en el amplísimo estudio, ni cómo hacerle, pero trabajó en algunos extractos traducidos por Gamés y Raudel Ávila de David Ignatius, un periodista educado en Harvard y Cambridge, especializado en seguridad nacional y que escribe una columna de temas internacionales dos veces a la semana en el Washington Post. Ignatius ha escrito once libros y fue galardonado con la Legión de Honor del gobierno francés. En el día de la toma de posesión de Biden publicó un artículo en el Washington Post. Van a esta página del fondo unas tabletas efervescentes.
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A pesar de su amargo arranque inaugural, un generoso presidente Grant prometió que gobernaría “en calma, sin prejuicio, odio ni orgullo seccional”. No obstante, durante su presidencia, enfrentó una insurrección creciente de los sureños derrotados en la guerra civil pero resueltos a ganar la paz para su causa perdida. Y en gran medida tuvieron éxito, creando un sur racista con las leyes Jim Crow que sobrevivieron casi 100 años.
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El presidente electo Joe Biden tomará posesión con la promesa de reparar un país roto y comenzar a sanar sus divisiones después de una guerra civil ideológica combatida por su predecesor dos veces enjuiciado para su destitución. Biden pronunciará su discurso de inauguración dentro de un campo armado, protegido por lo que un oficial de seguridad dice que serán 26 mil integrantes de la Guardia Nacional y cerca de 15 mil policías, miembros del FBI y oficiales federales.
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El desafío fundamental de Biden, mientras emite órdenes ejecutivas sobre migración, cambio climático, la pandemia y una ola de problemas domésticos, es desarraigar la insurrección. Una prioridad es evaluar qué tan profundo se ha extendido la insurrección entre el ejército y la policía.
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Altos mandos militares me informan que han identificado 30 individuos entre personal activo, Guardia Nacional y veteranos que podrían haber participado en el asalto al Capitolio en enero 6.
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Un general cuatro estrellas en retiro que perteneció al comando de un batallón la década pasada me relata un incidente con un neonazi en la décima división de montaña. Los comandantes inicialmente consideraron que bastaba con moverlo a otra división, pero decidieron que era esencial retirarlo del servicio inmediatamente. “Tuvimos que ser rápidos y duros en la expulsión” recuerda.
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Los militares valoran la lealtad y la disciplina, pero reflejan la sociedad a la cual sirven. Cuando la política está fragmentada, las ideas de insurrección pueden extenderse a lo largo de todos los niveles, como el cáncer. Lo he visto suceder con ejércitos en Egipto, Líbano, Siria, Irak, Pakistán y media docena de países africanos y latinoamericanos.
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Los grupos extremistas son como cultos. Con frecuencia reclutan miembros que experimentan crisis personales y se radicalizan mediante lo que un comandante describe como una puerta emocional. El ejército se ha vuelto muy bueno prediciendo el personal propenso al suicidio, necesitan herramientas similares para identificar potenciales conductas sediciosas sin comprometer los derechos garantizados por la Primera Enmienda (que protege la libertad de expresión).
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Para formarse una idea de qué tan extendido está el sentimiento de insurrección, le pregunté a un oficial de la CIA, con fuertes lazos pro-Trump y vínculos cercanos con camaradas de las fuerzas de operaciones especiales que comparten sus opiniones. Su evaluación: los amotinados del Capitolio eran principalmente “locos en su mundo de fantasía y sus páginas de Facebook”. El ejército y el FBI deberían tener facilidad para identificar a los locos.
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Altos oficiales de la administración Biden han recibido consejo de comandantes militares: sigan la línea del fiscal general Robert F. Kennedy en su guerra contra el Ku Klux Klan en el sur y la mafia en las grandes ciudades. Estas amenazas deben enfrentarse y desarraigarse con tiros de precisión pero con todas las herramientas del arsenal legal.
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Mientras la administración Biden ataca a los miembros más sediciosos de la insurrección, debe considerar una táctica que es altamente radical en el actual clima político: escuchar al otro. El historiador griego Tucídides observó que las guerras son causadas no nada más por miedo e interés, sino por el sentimiento intangible que llamamos “Orgullo”.
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Sí, los viernes Gil toma la copa consigo mismo. Mientras se quita el cubrebocas pondrá a circular por el amplísimo estudio las frases de George Santayana: “El fanatismo consiste en redoblar el esfuerzo cuando has olvidado el fin”.
Gil s’en va
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