La gente critica en permanencia a los gobiernos y los señala siempre por corruptos, ineficientes y malos administradores. Y, pues sí, las corporaciones privadas suelen estar mejor gestionadas aunque si les sueltas las riendas –y, miren ustedes, los entes públicos de esos mentados gobiernos son precisamente los encargados de frenar sus ambiciones y limitar sus infinitas apetencias a punta de estrictas reglamentaciones— se vuelven las más grandes depredadoras del ecosistema económico.
Justamente, existen algunos organismos, en el ámbito deportivo, que parecen ir por libre sin rendirle cuentas a nadie y junto a los cuales cualquier agencia gubernamental sería una asociación vecinal de beneficencia (bueno, exagero, pero son los recursos de escribidor a sueldo que uno utiliza para garrapatear artículos semanalmente). Me refiero a esas colosales cofradías que regulan y certifican las diferentes disciplinas deportivas a nivel internacional. Más concretamente, el COI (Comité Olímpico Internacional) y la FIFA (Fédération Internationale de Football Association), con sus correspondientes y respectivas ramificaciones locales.
Mandan ahí, en esas asociaciones, sujetos de reputaciones un tanto dudosas en lo referente al manejo de los intereses. Los escándalos han estado a la orden del día aunque sin consecuencias demasiado drásticas para los presuntos infractores: algunos distinguidos miembros del COI se dejaron agasajar en demasía por los aspirantes a organizar los Juegos de inverno en Salt Lake City o en Nagano y otros responsables miraron hacia otro lado cuando el tema de los derechos humanos surgió al otorgarle la celebración de las Olimpiadas a Pekín.
Más nebuloso todavía es el prestigio de Joseph Sepp Blatter, obligado a renunciar a su cargo de mandamás de la FIFA al ser desveladas varias tramas de corrupción en las que fue salpicado también Michel Platini, el presidente de la UEFA. Les cayó encima una condena más bien benigna, luego de haber saboreado las mieles del poder y de cosechar ingentes beneficios pecuniarios: ocho añitos de inhabilitación en el universo futbolístico y sanseacabó, nada de pisar la cárcel ni de afrontar otras durezas (bueno, una multa de 50 mil francos suizos al sucesor de Joao Havelange, que no le quitaron el sueño ni le borraron la sonrisa).
Viene a cuento esto porque doña FIFA vuelve a protagonizar un pequeño sainete de intereses cruzados: Gianni Infantino, el actual cacique de la federación, amenaza a los equipos más poderosos de la UEFA –y a sus jugadores— con desterrarlos de cualquier competición oficial si se organizan por sus pistolas para armar una tal Superliga Europea. O sea, que no hay vida posible fuera del gran monopolio futbolístico establecido en la opulenta Zúrich. Están avisados.