La cancelación de los vuelos canadienses a México y el Caribe es un clavo más al ataúd del sector turístico mexicano.
La disminución en el número de visitantes y las restricciones, que se anuncian de forma repentina, han puesto en un hilo a la estabilidad económica de quienes dependen del turismo para mantenerse.
El Consejo Nacional Empresarial Turístico señala que Canadá es el segundo mercado más importante para México, superado solo por Estados Unidos.
En el fatídico 2020, la cifra de visitantes canadienses reportó una caída de 58.7 por ciento, y el panorama se ve peor para este año, pues estiman una reducción de 95 por ciento, es decir, 1.2 millones de turistas y mil millones de dólares menos para el sector. Cancún, Puerto Vallarta y Los Cabos serán los destinos más afectados.
Como mazatleca, sé lo que representa esta decisión para quienes viven del turismo. Conozco quien trabaja en hotelería, en la venta de productos artesanales, en servicios, y desde que comenzó la emergencia sanitaria viven en la incertidumbre.
Además de preocuparse por las cifras de contagios y muertes, así como de casos cercanos, también se van a dormir sin la certeza de que al día siguiente tendrán una venta, una propina o siquiera trabajo.
Mientras que para unos resulta urgente el cierre de negocios y las restricciones de viajes para así contener los contagios de covid-19, para otros es la condena a su economía familiar, más en localidades donde su principal fuente de ingresos y de empleo depende de los visitantes.
Para el turismo, no habrá un respiro hasta que termine la pandemia. Una industria que invita a salir, a realizar actividades recreativas, a pasear, a relajarse, no tiene cabida en estos tiempos de estrés, encierro y extremar cuidados para frenar esta escalada de contagios y muertes que ha marcado el primer mes del año en todo el mundo -consecuencia también de las vacaciones decembrinas.
Y una vez que pase, habrá que esperar a que la ciudadanía pierda el miedo y, sobre todo, recupere su solvencia económica para volver a considerar salir de casa, tomar un avión y pasar unos días en otro país.
Pero mientras eso sucede, el grupo que toca en el bar de la playa, el mesero del restaurante de mariscos, la mujer que hace figuras de madera como souvenir, la host del hotel, el joven que ofrece paseos en lancha, y todos los demás que se asolean buscando a algún turista para sacar lo del día, no tienen otra alternativa más que irse a dormir con la esperanza de que mañana sea un día mejor.