Si algunos se habían cuestionado acerca de la capacidad de la literatura de actuar como agente en su sociedad, la reciente publicación en Francia del libro La familia grande demuestra que un texto puede revolucionar y romper con silencios que callan lo más podrido de la sociedad.
En eso libro la jurista Camille Kouchner, hija de un ex ministro socialista y mujer icónica en el activismo de izquierda, narra cómo su padrastro, Olivier Duhamel, un importante politólogo francés, abusó durante años de su hermano gemelo desde que él cumplió los 13 años.
Destapó la caja de Pandora. Por ello surgió la etiqueta en redes #MeTooInceste, para dar cuenta de los abusos callados por víctimas y evidenciar el tamaño de este mal. En pocas horas miles de denuncias comenzaron a surgir. Incluso el político Bruno Questel reveló haber sido violado a los 11 años. “No hay excusa ni perdón posible. Esto te marca a fuego de por vida”.
El panorama a escala mundial no difiere mucho de Francia. En un estudio presentado en España por la Asociación de Mujeres Juristas Themis, la mitad de los agresores sexuales a niños y niñas son un miembro de su familia y 64 por ciento de las víctimas tiene menos de 12 años, de acuerdo con un análisis de 400 sentencias.
En México, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico reportó que cada año 5.4 millones de menores son víctimas de abuso sexual y en 60 por ciento de los casos el agresor es una persona cercana a la familia como padre, padrastro, tío o vecino. De acuerdo con la coordinadora del Colectivo contra el Abuso Sexual Infantil, Lizeth Argüello Rocha, el ataque a menores de edad en México es un crimen sin registro, ya que aun cuando en los primeros once meses de 2019 se contabilizaron 3 mil 461 denuncias (15 por ciento más que en 2018), se estima que ese número solo representa 10 por ciento de los casos, es decir, la punta del iceberg.
Si bien el bajo número de denuncias se explica porque hablar de los abusos sexuales perpetrados en el seno familiar suele ser un tabú, otro factor que se deja de lado es la complicación legal que implica y los fallos judiciales que han permitido que muchos de estos delincuentes salgan libres.
A pesar de ello, se erige una esperanza para combatir este mal: la palabra escrita, las expresiones literarias que catalizan la sociedad. El mismo presidente Emmanuel Macron, en un video de dos minutos, evoca el detonante: “Actualmente la palabra se libera en todas partes en Francia. En las redes sociales, en libros, en la prensa, el silencio construido por los criminales y las cobardías sucesivas estallan por fin”.
Benjamin Zander, director de orquesta, escribe en The Art of Possibility: “El arte nos permite generar oportunidades de desarrollo, para los colectivos más vulnerables, para los jóvenes en riesgo de exclusión social”. Hoy podemos hablar de un arte que brinda oportunidades a aquellos marginados y sin acceso a la justicia para denunciar y obligar a tornar la vista a aquello que nos negamos a ver. Y a enfrentar a los monstruos que conviven en nuestras casas, a quienes –como decía Jacques Derrida– hemos transformado en mascotas. Es hora de enfrentar al elefante en la sala.
* Maestra en Artes y doctora en Educación. Coordinadora del Departamento de Artes y Humanidades del Centro de Investigación y Desarrollo de Educación Bilingüe UANL.
@saraiarriozola