Estamos enfermos. Y no solo del maldito covid-19. Ni siquiera solo de la angustia que nos causa la peor incertidumbre colectiva. Estamos enfermos, y contagiándonos más cada día, de ira, rencor y odio. Esta semana le tocó al cine.
Ahora que se anunciaron los cierres de los complejos de cine más importantes, muchos hablaron del retroceso que eso implica, otros hablaron de los trabajos perdidos y el efecto dominó que esto causará. Y descubrimos algo descomunalmente triste: con solo reportar los datos nos dimos cuenta de cuántas personas consideran que es motivo de celebración. Leímos a muchos haciendo juegos de peras y manzanas irracionales para descalificar lo terrible que es. Cierto, no es lo peor que está pasando; pregúntenle al tramoyista, al taquillero, al coordinador de producción o a los que te venden las palomitas si no es terrible. Ahora pregunten a sus familias. Ya ni hablemos de lo horrible que será regresar a un mundo sin cines ni teatros, con una carga de virulencia que celebra la muerte de la cultura y el espectáculo por ser considerado “fifí” o como quieran llamarlo. No va por ahí.
La próxima semana pasará lo mismo con los productores de teatro, se unirán y darán noticias duras y dolorosas. Si hay quien ha invertido en desinfectar y en cuidar a la gente son ellos. El cine y los teatros ya no dan más y no pueden, además, entrarle a los juegos sucios de percepción política. Es lo que menos quieren. De por sí, si hay camino de regreso, será tortuoso. Así que por favor, no juguemos el juego del odio. No nos vayamos más para atrás de lo que este virus ya nos aventó. Nos necesitamos, y si bien el tema de apoyos es complejo, la mayoría solo quiere que la dejen trabajar.
Twitter: @susana.moscatel