Transitamos nuestra vida política en la confusión que no ve diferencia entre ocupar cargos de gobierno y gobernar el país. Gobernar a sus ciudadanos a través de las obligaciones del Estado: la educación y la ley, desde sus herramientas e intermediarios.
Que la demagogia sea eficaz no hace verdad sus interpretaciones. Si no fuera eficaz tampoco existiría, solo que la eficacia de un gobierno no se mide por retórica sino en la adecuación positiva de la realidad de sus gobernados.
Ningún gobierno logra banalizar la condición de un país si no encuentra un pueblo y voces dispuestas a ello. Somos una sociedad en la que graves aspectos de la realidad no hacen mayor mella. No hacen mella los demasiados muertos por la enfermedad, tampoco la monstruosidad contra migrantes. No hace suficiente mella la violencia por uniformados ni la violencia contra mujeres, el cinismo y silencio alrededor de esas violencias. Las protestas por falta de equipo de protección para médicos y personal de hospitales no son razón para indignaciones colectivas. La inclinación de este gobierno por reservar información o hacer compras vía adjudicación directa se aceptan como transparencia. Somos el pueblo que puede hacer su vida a pesar de que sólo el cinco por ciento de las denuncias por violación lleguen a sentencia.
Molesta tanto concebirnos como una sociedad inmadura, aunque no demos signos de gran madurez, que la retórica triunfalista se dispersa con facilidad. A cada elemento cuestionable, la velocidad de su justificación rebasa el rechazo a la incongruencia y la posibilidad de mentira.
La permisividad para hablar sin pensar en las implicaciones de lo dicho permite el menosprecio al cubrebocas y apuesta por la incertidumbre en fechas de vacunación.
Aquí se admite la mención de ataques a la moral pública en un borrador de ley —dejen la moral como insumo para quienes escribimos novelas—.En este país hemos hecho de la vida pública, es decir política, nuestra concepción de la vida privada.
El malabar de las esperanzas busca evitar que un gobierno se mida por las realidades. Así, si la esperanza no es una forma de gobierno, por su natural ausencia de certezas mucho menos es una estrategia de vacunación.
@_Maruan