Uno de los conceptos más famosos de Orwell es el de “doblepensar”. Consiste a grandes rasgos en la capacidad de albergar dos creencias contradictorias a la vez, sin que al hacerlo lo advirtamos. Así, se puede creer ciegamente en uno de los eslóganes del partido, “La guerra es la paz”, sin reparar en que un estado de guerra perpetuo es precisamente lo opuesto a la paz que se pregona buscar desde el poder. Cualquier tentación de considerarlo como un mecanismo de la ficción queda disipado al aplicarlo, por ejemplo, a los brutales efectos que produce en nuestras sociedades la guerra contra las drogas, misma que, muy orwellianamente, se libra siempre bajo un discurso de procurar la paz social, cuando en los hechos produce justo lo contrario.
Sin embargo, parecería que hemos llevado un paso más lejos el mecanismo, pues si lo esencial consistía en la inconsciencia sobre la coexistencia de las ideas contradictorias, ello requiere necesariamente una dosis de negación (o de hipocresía). Ahora en cambio abundan los ejemplos donde no es que no se conozcan las ideas contradictorias, sino que al menos a un amplio porcentaje de la población (en específico de votantes o de consumidores, distinción cada vez más y más borrosa), simplemente no le importa.
Así, por inverosímil que parezca, se vuelve plausible que lidere las preferencias electorales un hombre con diversas denuncias judiciales por violación y acoso, o una mujer que miente abierta y demostrablemente sobre sus nexos con el líder de una secta que esclavizaba a mujeres con fines sexuales. Quien quizá sea el insuperable epítome de este fenómeno, Donald Trump, lo expresó con lacerante candor cuando afirmó que podía dispararle a una persona en plena Quinta Avenida de Nueva York y no perdería votantes.
No es distinto en términos de consumo: son ampliamente conocidas las noticias de la brutal explotación laboral/tortura psicológica de megacorporaciones como Amazon y Wal-Mart, sin que ello parezca afectar ni un poco sus niveles de ventas. Se conocen igualmente los perniciosos efectos políticos de redes sociales como Facebook, responsable directa de haber contribuido mediante la diseminación de noticias falsas y la venta de bases de datos de sus usuarios al triunfo de Trump, y continúa teniendo miles de millones de usuarios por todo el mundo.
Los ejemplos son tan inagotables que nadie se escapa: probablemente ni siquiera el miembro más recalcitrante del movimiento woke. Porque, de nuevo, parecería no tratarse de mera negación o hipocresía, sino de algo profundamente sistémico. Como si la visceralidad de una realidad más orwelliana que sus novelas produjera una especie de cruzamiento de brazos mental, acompañado de un posterior encogimiento de hombros, donde la podredumbre del dilema ético frente al estado de cosas actual se encontrara enquistada tan próxima a la raíz de nuestra actual narrativa, que sería imposible ya extirparla sin extirpar (y reemplazar) a la narrativa misma. O, dicho de otro modo, es como cuando en los Simpson Homero le descubre a los votantes que en realidad los candidatos presidenciales son los extraterrestres disfrazados, y uno de ellos espeta algo como: “Cierto, somos los extraterrestres, pero es un sistema bipartidista, así que tienen que votar por alguno de los dos”.
Entresacado: Son conocidas las noticias de la brutal explotación laboral/tortura psicológica de megacorporaciones
Eduardo Rabasa