Algún día un entrevistador no acababa de entender lo que había significado la irrupción del mundo de Cortés en el de Moctezuma. El escritor estadunidense Donald Barthelme cifró así el asunto: “Es”, le dijo, “como si estuvieras en la Salt Lake City de hoy, a la cabeza de tu grupito de valientes, escucharas con amabilidad e interés un concierto del Coro del Tabernáculo Mormón, sentado en primera fila, y en eso sacaras tu espada y declararas al estado de Utah vasallo de la Cienciología”. Tocaban el tema debido al cuento de Barthelme “Cortés y Moctezuma” (publicado por vez primera en The New Yorker, 14/7/1977).
En el cuento abundan lo que eran casi especialidades de Barthelme en sus divertidas ficciones: el collage; la mezcla de universos y la aparición sorpresiva de objetos; a la claridad mediante la extrañeza y a la exactitud mediante el anacronismo. A veces, aunque está ocurriendo X, X debe leerse a la luz de Y: por caso, las limusinas que aparecen en el cuento son una manera de que quien lee vea palanquines o transporte en andas.
Del “Cortés y Moctezuma” de Barthelme aíslo dos momentos que al cabo hacen uno. Doña Marina es también amante de Cuitláhuac, quien le dice: “Cuando yo era joven estuve en la escuela con Moctezuma. Él era, en contraste con el resto de nosotros, casto de notar. Un hombre muy religioso, gran estudiante —apuesto a que de eso es de lo que hablan, Moctezuma y Cortés. De teología”. Y en efecto. Durante una caminata Moctezuma le dice a Cortés que (en relación, se sobreentiende, con la Santísima Trinidad) le gusta sobre todo, qua idea, el Espíritu Santo. Añade: “El otro Dios, el Padre, es también—” “Un Dios, tres Personas”, lo corrige Cortés con gentileza. “Que el Hijo fuera sacrificado”, continúa Moctezuma, “me parece un error. Me parece que debieron hacerle sacrificios a Él. Pero más aún”, y en un soplo de genio Moctezuma, el teólogo, se detiene y le da a Cortés un golpecito significativo en el pecho con el dedo índice: “¿Dónde está la Madre?”.
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Luis Miguel Aguilar