Algunos de los más grandes pensadores de la modernidad, Hegel, Kant, Nietzsche, Heidegger, han hecho esfuerzos por comprender por qué, con el advenimiento de la ciencia moderna (siglos XVII y XVIII),el mundo de lo suprasensible (es decir, el mundo de las cosas que no son accesibles al entendimientopor medio de los sentidos, por ejemplo,dios, o los dioses) ha perdido su fuerza vinculante y efectiva.
Hoy día ni en las iglesias ni fuera de éstas los cristianosponen en cuestión las prédicas del hijo del Hombre:todos somos iguales, un siervo no es más que su señor;no juzgues para no ser juzgado; no hagas el mal a nadie, ni siquiera a quienes te han hecho mal; si te dan una bofetada en la mejilla izquierda hay que poner la derecha; no hay que desear la riqueza;la pobreza es una de las más grandes virtudes;no debes maldecir, sino saber olvidar y perdonar; no se debe orar en público; no existe ningún motivo para la disolución del vínculo matrimonial…
Y, sin embargo, la realidad muestra que se hace todo lo contrario.
Ir a la iglesia cada ocho días, y hay quienes lo hacen todos los días, a escuchar estas mismas predicaciones sin hacer un esfuerzo meditativo e interpretativo para encontrar el «sentido»correctoque estas órdenes adquieren en el contexto del siglo XXI, significa que las predicaciones religiosas cristianas no están produciendo el efecto esperado; significa también que algo está fallando, y no sólo en la alta jerarquía de la Iglesia Católica sino en todo el tejido social de todos los países.
Es cierto que los referidos pensadores atribuyen a la fuerza explicativa de la ciencia moderna, y sobre todo a la fuerza cautivadoradel mundo de la técnica que se desprende de ésta, que la religión haya perdido su fuerza efectiva y vinculante, lo que, tal vez para llamar la atención, desde Kant se ha usado la escalofriante frase: “Dios ha muerto”. Pero es el caso que, como dice Gadamer, ni la ciencia ni la filosofía podrán jamás resolver el problema de la trascendencia que cada ente humano tiene que enfrentar.
“La frase «Dios ha muerto»–dice Heidegger–significa que el mundo suprasensible ha perdido su fuerza efectiva”, a lo que añade que no es ésta una postura atea, burda o meditativa, que alguien podría asumir.Y quien mejor la ha expuesto es Nietzsche.
“¿No habéis oído hablar de ese loco que encendió un farol en pleno día y corrió al mercado gritando sin cesar: «¡Busco a Dios!, ¡Busco a Dios!». Como precisamente estaban allí reunidos muchos que no creían en Dios, sus gritos provocaron enormes risotadas. ¿Es que se te ha perdido?, decía uno. ¿Se ha perdido como un niño pequeño?, decía otro. ¿O se ha escondido? ¿Tiene miedo de nosotros? ¿Se habrá embarcado? ¿Habrá emigrado?”
“Así gritaban y reían todos alborotadamente. El loco saltó en medio de ellos y los traspasó con su mirada. ¿Que a dónde se ha ido Dios? –exclamó–, os lo voy a decir. Lo hemos matado: ¡vosotros y yo! Todos somos sus asesinos. Pero ¿cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo hemos podido bebernos el mar? ¿Quién nos prestó la esponja para borrar el horizonte? ¿Qué hicimos, cuando desencadenamos la tierra de su sol?¿Hacia dónde caminará ahora? ¿Hacia dónde iremos nosotros? ¿Lejos de todos los soles? ¿No nos caemos continuamente? ¿Hacia adelante, hacia atrás, hacia los lados, hacia todas partes? ¿Acaso hay todavía un arriba y un abajo? ¿No erramos como a través de una nada infinita? ¿No nos roza el soplo del espacio vacío? ¿No hace más frío? ¿No viene siempre noche y más noche? ¿No tenemos que encender faroles a mediodía?”
Si el pensar meditativo no hubiera huido de los templos y de las mismas universidades, hoy ya nos hubiéramos percatadoque las iglesias están vacías no por el cuidado que exige la pandemia de la covid-19, sino porque, en cuanto al pensar meditativo se refiere, vacía está también la testa del hombre de nuestro tiempo.
Aprender a meditar es el reto más grande de la historia, no importa desde el lugar que se haga, la religión, la ciencia o la filosofía.Pues, sin el pensar reflexivo meditativo no es posible poner en cuestión nuestras propias creencias y convicciones que orientan el hacer, lo que es imprescindible para encontrar coincidencias;o, dicho de otra manera, para caminar al encuentro del otro.